viernes, 26 de octubre de 2012

Mi último relato

Puedo sentir la sangre poco a poco abandonando mi cuerpo, derramándose sobre mi chaleco. Mis manos tiemblan de forma convulsiva y mi cerebro sabe que estoy sentenciado. El miedo y el horror que surgió cuando aquel hombre surgió de la nada, encañonándome y finalmente disparándome simplemente porque no accedí a darle todas mis pertenencias que llevaba en ese instante, han dado paso a una inquietante y sobrecogedora calma. Antes de exhalar mi último suspiro en este sucio y olvidado callejón de Madrid, mi pluma de periodista quiere escribir un último relato. Las escasas fuerzas que dedico para este fin no tratarán de llegar al cerebro de de ninguno de mis lectores, como tantas veces he tratado de hacerlo con mis artículos y reportajes, sino a algo mucho más profundo. En este mundo que nos ha tocado vivir, la gloria y el reconocimiento nublan en muchas ocasiones nuestros sentimientos. Por favor, no caigan en ese error. Aprendan a dar más importancia a todos aquellos que nos han acompañado a lo largo de nuestra existencia, que nos han hecho crecer como seres humanos y dejen a un lado los fríos trofeos metálicos y las fugaces exaltaciones personales.

No me malinterpreten. No digo que no se esfuercen en lograr aquello que anhelan: un ascenso, un trabajo, luchar duro por ganar una competición... Todo esto es importante, no lo pongo en duda. Sin embargo, en el trayecto hacia esa cumbre apartamos de nuestro lado lo que verdaderamente da sentido a nuestro existir. Y una vez en la cima, muchos hasta los ignoramos. Tristemente, yo me estoy dando cuenta estando medio inconsciente, entre cartones y algún que otro charcos. No repitan mi error. A lo largo de mi corta existencia sólo he perseguido el reconocimiento de mis colegas de mi profesión, sin darme cuenta de que siempre he tenido el de quienes siempre me han apoyado y me han querido.

Por ello les insto a todo esto. Ahora que la oscuridad me rodea, me doy cuenta de que todos esos premios por los que mucha gente mataría me parecen intrascendentes, prescindibles, vacíos... Mis últimos pensamientos no me traen al recuerdo copas, ascensos o triunfos personales que gané o deje de ganar. Me traen cosas que, de considerarlas tan corrientes, a veces ni las consideraba. Pensé en mi familia, con mis padres, tíos, primos y abuelos reunidos en cumpleaños y otras fiestas, contando chistes y soltando bromas. Pensé en mis amigos, con las pachangas que jugábamos los domingos o esas tardes eternas sin hacer nada en especial, pero que con estar todos juntos ya nos valía para pasarlo en grande. Pensé en mi novia, la chica de la que estuve enamorado desde el primer día en que la vi, pero que tarde varios años en reunir el valor suficiente para decírselo... Creedme cuando digo que si tuviese una segunda oportunidad, la aprovecharía para tratar de devolverles, al menos, la mitad de la felicidad que, poco a poco y sin que fuese plenamente consciente, han aportado a mi vida.

Pero ya es tarde para eso. Puedo sentir el frío abrazo de la Muerte, y ésta no entiende de súplicas ni lamentos. Nunca he creído que hubiese algo ahí arriba, aunque ahora lo deseo con todas mis fuerzas, para pedirle a Dios, Alá, Yahvé, Buda o cualquier otro que cuide de ellos. De los mejores premios que he tenido a lo largo de mi vida.